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jueves, 9 de diciembre de 2021

Betty Ford: Exprimera dama de EEUU

 


Elizabeth Anne Bloomer Warren Ford nació el 8 de abril de 1918 en Chicago (EEUU). Su padre, William Stephenson Bloomer, era un viajante comercial y su madre, Hortense Neahr, heredera de una familia dedicada a la fabricación de muebles. Menor de tres hermanos, cuando tenía 2 años la familia se instaló en Grand Rapids (Michigan), lugar que ella siempre consideró su hogar.

Una carrera truncada como bailarina

Con 11 años empezó a hacer de modelo -cobraba 3 dólares el pase- para pagarse las clases de ballet, y, mientras estudiaba en el instituto, abrió una escuela de danza, en la que enseñaba a bailar foxtrot y vals. Aquello le ayudó a superar la muerte de su padre por envenenamiento de monóxido de carbono cuando arreglaba el coche en el garaje, un suceso que nunca se supo si fue accidente o suicidio.

En 1940, se trasladó a Nueva York y empezó a estudiar danza con la bailarina y coreógrafa Martha Graham. Paralelamente, trabajó como modelo, desfilando para varios grandes almacenes. Llegó a bailar en el Carnegie Hall, pero su madre se opuso enérgicamente a que siguiera su carrera y la obligó a volver a casa. De regreso a Grand Rapids, fue coordinadora de modas para unos grandes almacenes y profesora de danza de niños sordomudos y ciegos. En su tiempo libre practicaba deportes como el hockey o el fútbol americano pero, tras algunos problemas de salud, se cambió al golf, el esquí y el tenis. En 1942, se casó con un amigo de la infancia, William C. Warren, un vendedor de seguros con el que se mudó en repetidas ocasiones de ciudad, pero en 1947 la pareja se rompió debido al alcoholismo de él. Unos meses antes de divorciarse, Betty había conocido a través de unos amigos comunes a un joven abogado y "marine" condecorado durante la II Guerra Mundial llamado Gerald Ford. Jerry, como lo apodaban, empezaba entonces su carrera política postulándose como republicano en la Cámara de Representantes. Betty y Jerry se acabaron enamorando, pero, al no estar seguro él de cómo reaccionarían los votantes al saber que quería casarse con una bailarina divorciada, pospuso la boda hasta que la candidatura se hizo oficial. Tras ser nominado como representante republicano, Gerald y Betty se casaron el 15 de octubre de 1948. La anécdota del enlace la protagonizó el novio al llegar tarde a la ceremonia y con los zapatos sucios porque estaba ya en plena campaña electoral.

A los dos meses de la boda, Gerald fue elegido congresista -cargo que ejercería durante 25 años consecutivos- y él y Betty se convirtieron en uno de los matrimonios más relevantes de la vida social de Washington. La familia se construyó una casa en Alexandria, a las afueras de la capital, y un apartamente en Vail (Colorado), estación de esquí en la que disfrutaban de las vacaciones de invierno con sus cuatro hijos: Michael Gerald (1950), John Gardner (1952), Steven Meigs (1956) y Susan Elizabeth (1957).

Buscó refugio en el alcohol y las pastillas

Pero no tardaron en llegar los problemas. Por motivos laborales, Jerry se pasaba la mayor parte del tiempo fuera de casa y Betty se vio desbordada por las labores domésticas y la crianza de los hijos. Como mujer de congresista, tenía además que acudir a numerosos actos sociales, cenas solidarias y eventos oficiales. Todo aquel estrés le produjo problemas musculares, que le llevaron a tomar calmantes y tranquilizantes. Pero el consumo de estos fármacos se intensificó, hasta el extremo de convertirse en adicción. Una adicción a la que se sumó el alcohol, que se convirtió en su refugio contra la soledad. Betty silenció todos aquellos problemas para no perjudicar a su marido que, en 1973, después de la renuncia de Spiro Agnew, se convirtió en vicepresidente del país. Al poco, el 9 de agosto de 1974, Nixon dimitió por el escándalo Watergate y Ford se convirtió en el 38º presidente de los EEUU y en el primero que llegaba a la Casa Blanca sin haber sido elegido en unas elecciones.

A diferencia de otras primeras damas "decorativas", durante los 896 días que Gerald Ford estuvo en las Casa Blanca, Betty se ganó el apelativo de "Primera Dama Combatiente" por su activa defensa de sus ideales, algunos contrarios al ideario del partido de su marido: firme defensora del aborto, batalló para que la Enmienda por la Igualdad de Derechos fuera incluida en la Constitución; estaba a favor de las relaciones prematrimoniales, de la legalización de la marihuana y de la defensa de los derechos civiles, en especial de los homosexuales. Sus feministas puntos de vista sacaban de quicio a los republicanos más retrógrados. Mujer abierta y divertida, en una ocasión aseguró que le habían preguntado "casi de todo, menos cuántas veces tenemos sexo el presidente y yo y, si me lo hubieran preguntado, habría contestado: 'Tan a menudo como nos es posible'". Era tan franca y directa que, cuando alguien le dijo que por qué había ocultado su anterior matrimonio, Betty exclamó: "Nunca lo he hecho. Simplemente, nadie me lo había preguntado".

Sometida a una mastectomía por un cáncer

Cuando el demócrata Jimmy Carter venció a su marido en noviembre de 1976, Betty dio a conocer el secreto mejor guardado de su vida: pocas semanas después de convertirse en primera dama se había tenido que someter a una mastectomía y, durante dos años, recibió quimioterapia. Aquella confesión pública animó a que millones de mujeres se animaran a ir a hospitales a someterse a revisiones. "Fue una experiencia dura, pero lo hice para que a otras mujeres no les ocurriera lo que a mí. Mi marido fue el primero en darme ánimos y me dijo: 'No te preocupes, cariño. Si ya no puedes llevar trajes escotados por delante, siempre puedes llevar los escotes a la espalda'. Y tenía razón".

En 1978, sus hijos y su marido le dijeron que no podían seguir contemplando, impasibles, cómo se iba destruyendo día a día a causa de sus adicciones. "Te queremos demasiado para dejarte morir de esta manera", le dijeron. Aquellas palabras obraron efecto y Betty admitió su adicción, ingresó en el Long Beach Naval Hospital y cuatro años más tarde creó la fundación Betty Ford Center, que, hasta la fecha, ha ayudado a millones de personas a desintoxicarse, entre ellos Liza Minelli, Lindsay Lohan, Robert Downey Jr. y Elizabeth Taylor, quien estando en la clínica, en 1988, conoció a Larry Fortensky, con el que se casó. "En el centro tratamos a todas las personas por igual, da lo mismo que seas famoso o no. Tienes que lavar tu ropa, limpiar tu cuarto, hacer ciertos trabajos en beneficio de la comunidad o compartir la habitación con un extraño", explicaba hace unos años.

Una activa vida pública

Tras abandonar Washington, Betty y Jerry se mudaron a California, concretamente a Rancho Mirage, una zona residencial de Palm Springs, donde Betty continuó llevando una activa vida pública. Dio numerosas conferencias, prestó su nombre a varias organizaciones de ayuda social, continuó con sus ideales feministas, apoyó los derechos de los más desvalidos, publicó libros sobre desintoxicación y una autobiografía. Humilde, siempre tuvo muy claro el papel que le tocó vivir: "He sido una mujer corriente que fue llamada a escena en una época extraordinaria. Yo no fui una mujer diferente, una vez llegué a la Casa Blanca, de lo que había sido antes. Sólo por un accidente de la historia llegué a ser una persona interesante". En diciembre del 2006, falleció Gerald Ford y, desde entonces, por su delicado estado de salud, Betty apenas salía de su casa. El 8 de julio del 2011 falleció, a los 93 años, en su casa de Rancho Mirage, siendo una de las primeras damas más longevas, por detrás de Bess Truman y Lady Bird Johnson.


viernes, 23 de julio de 2021

Eva Perón: La mujer que fue venerada en Argentina

 


María Eva Duarte nació el 7 de junio de 1919 en Los Toldos, una aldea remota de la Pampa argentina. Fue la hija bastarda de Juan Duarte, un ganadero casado y padre de familia que, años antes, se había amancebado con Juana Ibarguren, una cocinera con la que tuvo cinco hijos. A diferencia de sus hermanos, Eva no fue reconocida, pero siempre usó el apellido de su padre, que murió cuando era niña.

A los 7 años empezó a trabajar como criada. Su madre se volvió a emparejar y la familia se trasladó a Junín. No se quedaría allí mucho tiempo y a los 14 años se fugó a Buenos Aires con Agustín Magaldi, un cantante de tangos. No duraron juntos mucho y tuvo que buscarse la vida. Poco agraciada y sin dotes de actriz, posó en sesiones casi pornográficas, fue bailarina de pago en salones, actuó en tugurios y tuvo sucesivos amantes, a la espera de que uno se encaprichara definitivamente con ella. A principios de los 40, un fabricante de jabones la colocó en la radio. Tres años después, un aborto carnicero estuvo a punto de matarla y la dejó sin poder tener hijos.

Dispuesta a cualquier cosa por salir de la miseria, su encuentro con Juan Domingo Perón en un acto benéfico por las víctimas de un terremoto en enero de 1944 le dio la posibilidad de cumplir sus sueños más allá de lo que nunca hubiera imaginado. Se las arregló para acercarse a la mesa donde estaba aquel coronel de 48 años, con un estilo populista al que se le auguraba una brillante carrera política, y desplegó todos sus encantos hasta seducirlo. Pasaron juntos aquella noche y no volvieron a separarse, naciendo una leyenda que les sobreviviría.

La casi analfabeta se convirtió en primera dama

Llevaban un año juntos para escándalo de las mojigatas esposas de los otros oficiales cuando Perón fue depuesto y deportado a la isla de Martín García. Mujer de mucho carácter y con contactos en los medios de comunicación, Eva convocó una macromanifestación en apoyo de su amante. Ocho días después, Perón salió libre. Estaba tan agradecido a Eva, que se casó con ella poco después. No tuvieron luna de miel porque los dos estaban entregados a preparar las elecciones que, en febrero de 1946, convirtieron a Perón en presidente. Así fue como la casi analfabeta, pero visceral e inteligente Eva se convirtió en primera dama y se fueron a vivir a Los Olivos, residencia presidencial. Fascinada con él, Eva se entregó en cuerpo y alma al hombre y al político. Partidario de Mussolini, Perón subió al poder con un programa político populista, pero no democrático. El peronismo introdujo reformas importantes en un país donde las clases trabajadoras eran esclavos: fijó salarios mínimos, cuatro semanas de vacaciones, permisos por enfermedad...

Una fundación con la que repartía ayuda

En la otra cara de la moneda, no había libertad y se encarcelaba a los opositores. En la política de Perón, Evita jugó un papel importantísimo. Decidida a no jugar el papel de primera dama «florero», contribuyó activamente a que la figura de Perón se convirtiera en un mito. Aunque no tenía ningún cargo público, Evita hizo una actividad social paralela al Gobierno y, sobre todo, una campaña de concienciación de las clases obreras y campesinas. Poseía una sabiduría  innata para despertar la pasión y la esperanza entre los más desheredados. Una legión de personas pobrísimas, pero con derecho a voto era donde ella creía que radicaba la fuerza política de Juan Domingo Perón. Controló radios y periódicos, puso a familiares en puestos clave del Estado, tejió su propia red de informadores en los ministerios y, sobre todo, se ganó el favor del pueblo a través de la Fundación de Ayuda Social que llevaba su nombre. La coyuntura económica en Argentina era buena entonces, porque vendía carne y trigo a la Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial. La fundación de Evita recibía ingentes cantidades de dinero, con el que abrió hospitales, orfanatos, escuelas y asilos y atendió las necesidades que la gente le exponía personalmente: igual les compraba una máquina de coser, como regalaba una dentadura postiza o daba zapatos, cazuelas, medicamentos o colchones. Un despliegue de ayuda que Eva Perón repartía vestida con abrigos de visón y cargada de joyas. «Un día, ustedes también tendrán cosas como éstas», les decía a sus «descamisados» y ellos la creían porque la veían como un modelo. A medida que crecía su fama, Evita era cada vez más rubia, un color de pelo mal visto en aquella época. Algo que le tenía sin cuidado a alguien que, con su influencia, ayudó a legalizar el voto femenino, la ley del divorcio y el reconocimiento de los hijos naturales, una causa que le conmovía.

Tras acompañar a Perón en un viaje oficial de dos meses por Europa, en el que adoptó el moño que tanto la ha caracterizado, Evita volvió a su agotadora agenda de trabajo de 18 horas diarias que acabaría por pasarle factura. A finales de 1949, los médicos le detectaron un cáncer de cuello de útero y le sugirieron operarse pero ella se negó. Había entrado en una etapa tan loca, que creía que la enfermedad era una maniobra de sus enemigos para eliminarla. El tumor siguió su curso y durante dos años Evita, que siguió con su ritmo frenético, se fajó el cuerpo para controlar las hemorragias y apenas comía.

Consciente de que era un valor político de enorme calado, Evita le propuso a su marido presentarse como vicepresidenta en las siguientes elecciones, pero Perón, que se había distanciado de ella por celos a la leyenda épica que significaba su mujer, se negó en redondo. El 22 de agosto de 1951, miles de «descamisados» se manifestaron reclamando que su líder fuera vicepresidenta. Ella estaba dispuesta a aceptar el reto, pero 10 días después tuvo que negarse. Primero, porque los militares amenazaban con un golpe de Estado y, segundo, porque los médicos no le daban muchos meses de vida.

El macabro periplo de un cadáver embalsamado

Operada el 6 de noviembre, seis días después le llevaron una urna hasta su habitación para que votara en las elecciones presidenciales. Perón volvió a ganar y Evita, pese a que sufría terribles dolores, no quiso perderse la jura del cargo. Escondió su extrema delgadez bajo un abrigo de pieles y se mantuvo de pie en el coche presidencial gracias a unos anclajes. Aquella sería su última aparición en público. Víctima de una agonía extremadamente dolorosa, las afueras de su casa se llenaron de personas que velaron las últimas horas de Evita, que falleció el 26 de julio de 1952.

Horas después, un médico español, Pedro Ara Sarría, se encargó de embalsamar el cadáver de la primera dama argentina, que fue vestida, peinada y maquillada para ser colocada en el ataúd con tapa de cristal en el que fue exhibido. Por su capilla ardiente, pasaron medio millón de personas y el 9 de agosto se celebró un multitudinario funeral.

Tras la muerte de Evita, Perón fue perdiendo poder hasta que el 20 de septiembre de 1955 los militares lo depusieron por las armas y robaron el cuerpo de Evita para hacerlo desaparecer. Sus restos mortales iniciaron un macabro periplo a la espera de encontrar un lugar secreto donde enterrarlo, mientras que los peronistas intentaban dar con el cadáver. No sería hasta 1976, después de haber pasado años en Milán y Madrid, cuando recibiría definitiva sepultura en el cementerio bonaerense de la Recoleta. Tras su muerte, la figura de Evita ha sido la protagonista de obras de teatro, películas y libros, pero fue sobre todo el musical «Evita», con Madonna, lo que la convirtió en un ídolo mundial.