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viernes, 3 de diciembre de 2021

Padre Ángel: Fundador de la ONG Mensajeros de la Paz

 


Ángel García Rodríguez nació el 11 de marzo de 1937, en plena Guerra Civil española, en el barrio de la Rebolleda de la localidad asturiana de Mieres. Sus padres trabajaban en la industria metalúrgica y la minería. Desde su  más tierna infancia sintió una gran admiración por el cura de su pueblo, un hombre que se ocupaba con gran dedicación de las víctimas de la contienda, fueran de un bando o de otro. Con tan sólo 12 años de edad, Ángel ya explicaba a quien quisiera oírle: "Cuando sea mayor voy a ser como el cura de mi pueblo". También influyó mucho en su vocación religiosa la biografía de San Juan Bosco, maestro y apóstol de los chicos descarriados de finales del siglo XIX. Así, desde pequeño, tuvo muy claro que en el futuro se dedicaría a ayudar a los demás. "Recuerdo mi infancia marcada por la escasez de comida y los racionamientos", afirma este sacerdote, al que de pequeño apodaban Gelín. "Me vienen a la mente los mineros que morían en los pozos. Muchos de sus hijos y las viudas eran amigos míos y de mis padres. Aquello era una tragedia... A otros hombres los mataban en el monte o los detenían y los bajaban a mi pueblo. Fue entonces cuando conocí a don Dimas, nuestro cura, que ayudaba a todos, fueran del signo político que fuesen. Era un sacerdote grandón que me impresionó. Y yo quería ser como aquel hombre tan humanitario", recuerda.

Doce años estudiando en el seminario

Años después, Ángel cumplió su deseo y, en el año 1961, fue ordenado sacerdote en Oviedo. Había llegado al seminario con 12 años y allí permaneció otros 12 más: "Cuando estás en un internado y te faltan tus padres aprecias mucho más lo que significa la familia". Con otro sacerdote y compañero seminarista, Ángel Silva, fundó la Asociación Cruz de los Ángeles, una institución de ámbito regional y de carácter asistencial para acoger a niños y jóvenes marginados: "Éramos unos sacerdotes algo imprudentes y muy lanzados, lo que nos trajo muchos problemas con los políticos y algunos obispos de la época. Por mi forma de ser tan 'atrevida', me persiguieron y me echaron de Oviedo. Incluso intentaron lanzarnos al río al arzobispo don Gabino y a mí. A algunos no les gustaba que ayudáramos a los más débiles, a los descarriados y a los inmigrantes. Hubo un momento que hasta me tenía que custodiar la Guardia Civil. La cosa se puso tan dura y peligrosa que tuve que irme a Madrid. Ya habíamos creado algunos hogares infantiles y juveniles por tierras asturianas y llegué a la capital con la idea de extender nuestra presencia por toda España. En el año 1972, cambiamos el nombre de nuestra organización por el de Mensajeros de la paz. Y con el paso del tiempo hemos llegado a estar presentes en 47 países".

En Madrid, el padre Ángel tuvo que "batallar" con las autoridades, las marquesas y las señoronas, como él las llamaba. Iba a rezar el rosario a las casas de esas mujeres ricas con el objetivo de que le dieran dinero para su obra. Dice el protagonista que "cuando uno tiene fe es capaz de cambiar las montañas", pero él mejor que nadie sabe lo difícil que ha sido su camino para lograr sus propósitos.

Ángel tenía una idea preconcebida de los políticos importantes, pero en Madrid se dio cuenta de que "no eran como uno se los imaginaba. Pero tenía que creer en ellos, porque, si no, no hubiera podido hacer todo lo que he hecho, y desde el general Franco a Adolfo Suárez, Felipe González, José María Aznar o Zapatero... nunca me dieron un no por respuesta. Los mandos intermedios fueron los que más me complicaron la vida".

El Papa Pablo VI fue el que más defendió al humilde sacerdote. En el Santo Padre encontró uno de sus mayores apoyos en esta "cruzada" suya tan particular. Su relación con Francisco Franco merece un capítulo aparte. "La primera vez que nos vimos me preguntó a qué me dedicaba. Se lo dije y le pedí una ayuda económica. Y me dio 2.000 pesetas. Se las devolví porque era una cantidad ridícula y luego me llamó el gobernador civil para recomendarme que las aceptara, porque, según aquel señor, le había hecho un feo al Caudillo. Me mandó un motorista con el dinero del general y con un mensaje en el que ponía: 'Acéptelas, porque Franco nos puede fusilar a usted y a mí'. Al final, las enmarqué en un cuadro junto al oficio enviado por aquel político". En esa cita con Franco, el dictador derramó unas lágrimas y le confesó al sacerdote: "¿Sabe usted que yo fui un niño parecido a los que usted ayuda?". De los políticos de la democracia, con quien mejor relación tuvo fue con el expresidente Felipe González, con el que asegura que se entendía perfectamente. Pero reconoce que con los otros presidentes también ha mantenido un buen entendimiento. Excepto en una ocasión en la que tuvo un pequeño enfrentamiento con Adolfo Suárez. Ángel, que había visto que alimentaban a los niños granadinos de un orfanato con bellotas, cogió unos puñados de éstas y las envió por correo al entonces presidente del Gobierno y al rey don Juan Carlos, acompañando el envío de un mensaje muy claro: "Alimentar a vuestros hijos con las bellotas que comen esos pobres niños". Y se armó la marimorena. A la Iglesia oficial tampoco le ha gustado que el padre se posicione en cuestiones relativas a los enfermos de sida o la posibilidad de que los curas se casen o que las mujeres puedan ordenarse sacerdotes: "Es que, aunque respeto el voto de obediencia religiosa, no me gusta comulgar con ruedas de molino", comenta.

Llegó un momento en el que el padre Ángel entendió que su organización debía salir al exterior. Los terremotos en El Salvador y en México, en la década de los 80, exigían su presencia. Y decidió llevar ayuda a los damnificados por esas catástrofes. Se crearon, así, los primeros hogares en el extranjero. Después vendría la lucha para liberar a niños esclavos en África o el apoyo a las víctimas de terremotos y desgracias naturales en países como Haití o el sudeste asiático, a los de las guerras en Palestina, Irak... Ángel presume de "tener olfato para estar con los más pobres. Hay algunos que tardan más de un mes para llevar ayudas, mientras que nosotros estamos donde sea a los pocos días de que sucedan las tragedias". Y tiene clarísimo que "hay que creer firmemente en lo que haces".

Haití, una de sus vivencias más duras

El padre Ángel sigue su lucha desigual contra las guerras y los políticos que las defienden. Si hace unos años se mostraba contrario al presidente George Bush y criticaba la intervención armada norteamericana en Irak, hoy hace lo mismo con Obama y la OTAN en Libia. Su mensaje pacifista y conciliador no admite dudas. Pero si tuviera que echar mano de los recuerdos más tristes, su mente se transporta a Haití. "Niños que morían en mis brazos. Es repugnante ver cómo pasa el tiempo y los Gobiernos no hacen nada por esa gente tan pobre. La tienen olvidada y eso me duele en el alma".

Hoy, Mensajeros de la Paz tiene unas 700 casas de acogida por todo el mundo, ayuda a más de 45.000 niños y a más de 10.000 ancianos. "Formamos una gran familia, de muchas razas, colores y religiones, y todos nos llevamos bien. En todos nosotros reina el cariño hacia los demás. Tenemos programas de atención a la infancia, de ayuda a jóvenes y adolescentes, a discapacitados, a niñas embarazadas prematuramente, a enfermos de sida, programas de protección a la mujer, a los mayores... Hemos formado la Asociación Edad Dorada para ancianos, el Teléfono Dorado (900.22.22.23) para aquellos mayores que se encuentran solos... No paramos de trabajar". Es tan atrevido, que le dejó al Papa Juan Pablo II su número de móvil, tras confesarle el Pontífice que también los Papas se sentían muchas veces solos, "pero nunca me llamó".

Premio Príncipe de Asturias de la Concordia

Una vida plagada de reconocimientos, como el Premio Príncipe de Asturias a la Concordia (1994), el de la Fundación por la Paz, el de Español Universal en 2005 y uno de sus más queridos, el Asturiano Universal ese mismo año. "No presumo de los premios. Cuando tienes cierta edad, que te premien no es lo que más te satisface. Al contrario, un premio, a mí, me encoge. Es como si te dieran un funeral en cuerpo presente. Mi mayor galardón es hacer lo que más me satisface en la vida: ayudar a los demás. No hace mucho, conocí a un niño salvadoreño de 7 años, que ahora está en Madrid tratándose de una enfermedad. Le di un beso y le dije que le quería mucho. Ver que me contestaba 'y yo también a ti, papi', me emocionó profundamente. Es mi mejor premio, el regalo que Dios me ha dado al final de mi vida. Este niño es el hijo que no he tenido nunca. Por otro lado, cumplir 50 años como cura es también un gran premio, por el que solamente tengo que darle gracias a Dios. Me siento gozoso y feliz".

Admirador de Teresa de Calcuta y Vicente Ferrer

Recibe entre 700 y 800 llamadas al día, lleva encima cuatro teléfonos móviles y procura atender a todos los que se ponen en contacto con él. Es forofo del Oviedo, el club de fútbol de su tierra, y en menor medida del Real Madrid, pero tiene poco tiempo para ver a sus equipos en el campo. Admira, como si fueran santos, a la madre Teresa de Calcuta y al padre Vicente Ferrer, y elogia la humanidad de Cantinflas (de él asegura suscribir especialmente la frase que el cómico decía: "Yo no quiero que se acaben los ricos, lo que quiero es que se acaben los pobres") y de tantos personajes anónimos. Y reconoce que si pudiera canonizar a alguien, canonizaría a sus propios padres, "por lo buenas personas que siempre fueron".

Le precede su fortaleza vital, pero hay un triste episodio en su vida, que muy poca gente conoce: hace unos años se encontraba en África y empezó a sentirse mal. Al regresar a Madrid le hicieron un reconocimiento y le descubrieron un cáncer de colon. Su médico le dijo que había que operar inmediatamente, pero él, terco como siempre, pidió que le dejaran asistir a la entrega del Príncipe de Asturias de ese año, porque se había comprometido a ir y no quería faltar al acto. "Al saber que tenía un cáncer se me cayó el mundo encima. Estaba convencido de que me moría. Lloraba sin que me viera nadie y me fui despidiendo de la gente a la que quiero. Lo que más me dolía es que iba a marcharme de este mundo con muchas cosas por hacer. Entré en el quirófano con el convencimiento de que no saldría vivo de la mesa de operaciones. Pero la cosa salió bien y, a los dos días, bajé en pijama a decir misa en la capilla del hospital. Diez días después viajé a Covadonga, a darle las gracias a la Virgen por mantenerme con vida". Tenía entonces 70 años y asegura que, desde entonces, se humanizó más. Hoy, admite que le quedan muchas cosas por hacer, que en su vocabulario no tiene cabida la palabra jubilación y que allí donde haya alguien necesitado, Mensajeros de la Paz tiene trabajo. Y si en algún momento le flaquean las fuerzas, la solución es tan fácil como ésta: "rechino los dientes y miro al cielo".