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sábado, 4 de diciembre de 2021

Quino: Creador de Mafalda

 


Joaquín Salvador Lavado Tejón nació el 17 de julio de 1932 en Mendoza (Argentina). Fue el tercer hijo de unos inmigrantes republicanos malagueños que cruzaron el Atlántico en busca de fortuna. Su padre fue encargado de un bazar y su madre, ama de casa. Para diferenciarlo de su tío Joaquín, pintor y dibujante publicitario, empezaron a llamarle Quinito y luego Quino, que sería su nombre profesional. Siendo niño estuvo muy influenciado por sus tíos maternos, todos dibujantes, y por su abuela comunista, que le inculcó la importancia de la pintura, la música y la cultura en general. Los Lavado vivían en una casita con un patio bastante grande donde Quino se pasaba las horas jugando. No salía nunca, era un niño solitario y taciturno porque debido a su acento andaluz le costaba hacer amigos. Además, no deseaba crecer porque le daba miedo el mundo exterior, de ahí que no quisiera ir a la escuela, pero su madre le obligó.

Perdió a ambos padres siendo un adolescente

Recuerda que aprendió a dibujar a los 3 años "cuando una noche mis padres se fueron al cine y llamaron a mi tío Joaquín para que nos entretuviera a mis hermanos y a mí. Como no había televisión en esa época, él no encontró mejor idea que empezar a hacernos dibujos". En 1945, falleció su mamá de cáncer y, ese mismo año, se matriculó en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Cuyo, que abandonó tres años después, al morir su padre a causa de un infarto. "Recién entraba en la adolescencia y esas muertes me hicieron sentir como traicionado. Durante bastantes años viví agobiado por el luto", recuerda.

A partir de ahí quiso dedicarse al dibujo humorístico y, en 1950, vendió su primera historieta para una tienda de sedería, pero al año siguiente sufrió una gran desilusión cuando viajó a Buenos Aires pero no vendió ninguno de sus dibujos a los periódicos y revistas de la capital. "Dibujaba muy mal, tanto que hasta yo me daba cuenta. Pese a haber ido a la Escuela de Bellas Artes mi evolución fue muy lenta. Me decían que las ideas eran buenas, pero que para tener un dibujo pasable aún me faltaba mucho tiempo". Después de haber hecho la mili, en 1957, notó que su dibujo había mejorado. Decidió volver a probar suerte en Buenos Aires, pero aquellos primeros intentos no le fueron bien y su hermano mayor le tuvo que ayudar económicamente. Estaba ya casi desesperado cuando la revista de política y cultura "Esto es" le compró una primera serie de sus dibujos. Posteriormente, sus creaciones aparecieron en "Vea y Lea", "Leoplán", "Damas y Damitas", "TV Guía" y "Atlántida", entre otras publicaciones.

En 1963, editó su primer libro recopilatorio, "Mundo Quino", y su amigo Miguel Brascó le dijo que una agencia de publicidad estaba buscando a alguien que creara una historieta para Siam, una heladería muy conocida en Argentina. Los dueños querían una familia que usara unos electrodomésticos llamados Mansfield, por lo que los nombres de los personajes tenían que empezar por "M".

Una niña irreverente, antisistema y antisopa

Mientras veía la película "Dar la cara" se dio cuenta de que en una de las escenas había una bebé en la cuna: "Qué linda la niña, ¿cómo se llama? Mafalda". Así nació una de las tiras más famosas del siglo XX, protagonizada por una niña irreverente, contestona, antisistema, criticona y decididamente contestataria que odia la sopa, le encantan los Beatles y el Pájaro Loco y que hacía de las suyas junto a su hermano Guille y sus amiguitos Susanita, Miguelito, Manolito, Libertad y Felipe. "Mafalda" sigue tan joven como siempre, se ha editado en más de un centenar de países y ha sido traducida a más de 30 idiomas como el francés, italiano, chino, alemán o griego.

Para crear a estos dibujos se inspiró en figuras geométricas para que fueran más fácilmente reconocibles: Mafalda era una especie de círculo; Manolito un cuadrado; Felipe un triángulo; Susanita un óvalo... Todos ellos critican de forma ácida y cínica el abuso del poder, la obsesión del dinero o la corrupción política. Al final, la campaña no se llevó a cabo, pero Quino decidió conservar varias tiras para una posible publicación. Así, a principios de septiembre de 1964, aparecieron en "Gregorio", un suplemento de humor de la revista "Leoplán", las primeras tiras de Mafalda y, a finales de ese mismo mes, el semanario "Primera Plana" empezó a publicarlas. En 1965, el diario "El Mundo" se hizo carga de la tira, al año siguiente apareció la primera recopilación en un libro y, el 22 de diciembre de 1967, la historieta se interrumpió debido al cierre del periódico. El 2 de junio, Quino volvió a reanudar la tira en "Siete días" y viajó a Europa para promocionar a su "hijita".

Aquel contacto con el viejo continente hizo que, a partir de finales de los 70, pasara gran parte de su vida entre las ciudades de Barcelona, Milán, Madrid, Londres o París. En 1970, "Mafalda" se publicó por primera vez en España y, el 25 de junio de 1973, después de dos años meditando la idea, Quino dejó de dibujar nuevas aventuras de esta criatura inconformista. Uno de sus más grandes admiradores es el eminente escritor y filósofo italiano Umberto Eco, que define a Mafalda como "una contestataria, una verdadera heroína rebelde que rechaza al mundo tal cual es. Sólo tiene una única certeza: no está conforme". Aunque pase el tiempo y viendo cómo ha evolucionado la sociedad, Quino es consciente de una cosa: "Mafalda siempre se pregunta: ¿Por qué los adultos piden a los niños que sean buenos si ellos hacen lo contrario?"

No se ha vanagloriado de que escritores consagrados como Gabriel García Márquez o Julio Cortázar hayan hablado de él, pero se llena de orgullo cuando asegura que "lo que realmente me satisface es que una madre me cuente que su hijo le cogió gusto a leer gracias a Mafalda. Lo demás, son anécdotas". Y de éstas, tiene algunas: "Durante la elección del Papa, en el cónclave, un cardenal habló de Mafalda. ¡Lástima que saliera Ratzinger!".

Alicia, su mujer desde hace más de 50 años

A lo largo de toda su carrera ha contado con el inestimable apoyo de su mujer, Alicia Colombo, con quien se casó en 1960 y que es la encargada de administrarle el dinero "porque soy un auténtico desastre". A pesar de su felicidad estable, nunca han tenido hijos. "Lo decidimos de mutuo acuerdo. Primero, porque cuando nos casamos no teníamos dinero, mi casa era muy pequeña y no habría podido trabajar con niños corriendo alrededor. Y, además, sólo de pensar que se me podría enfermar un hijo me entraba una desesperación... Hubiera sido un desastre como padre, le hubiera malcriado y, claro, a mi esposa tampoco le interesó mucho".

Le apasiona el cine de autor como Kiarostami o Kaurismaki, es un lector acérrimo de los clásicos, seguidor de los Beatles, adora todo lo que tenga que ver con el Mediterráneo y, curiosamente, a pesar de ser argentino, detesta profundamente el fútbol.

Una escultura de Mafalda en San Telmo

Con más de 50 años de trayectoria, ha publicado numerosos libros de humor como "¡A mí no me grite!" (1972), "Bien, gracias, ¿y usted?" (1976), "Ni arte ni parte" (1981), "Gente en su sitio" (1986), "Potentes, prepotentes e impotentes" (1989), "Yo no fui" (1994) y "¿Quién anda ahí?" (2012). En los últimos años visita los festivales más famosos del mundo, acude a importantes conferencias, concede entrevistas para revivir a su criatura más famosa y se relaja viajando a países exóticos. En el 2009, inauguró en el barrio de San Telmo una escultura de Mafalda, que es una de las más visitadas de Buenos Aires. Nacionalizado español aunque sin dejar de ser argentino, Quino celebró su 80 cumpleaños con la inauguración de un museo dedicado al cómic en Buenos Aires, en el que su "hija" sopofóbica tiene lugar preferente.

Quino falleció el 30 de septiembre de 2020, tras estar internado a causa de un accidente cerebrovascular a los 88 años, un día después de haberse cumplido cincuenta y seis años de la primera publicación de su tira más emblemática, Mafalda.


viernes, 23 de julio de 2021

Eva Perón: La mujer que fue venerada en Argentina

 


María Eva Duarte nació el 7 de junio de 1919 en Los Toldos, una aldea remota de la Pampa argentina. Fue la hija bastarda de Juan Duarte, un ganadero casado y padre de familia que, años antes, se había amancebado con Juana Ibarguren, una cocinera con la que tuvo cinco hijos. A diferencia de sus hermanos, Eva no fue reconocida, pero siempre usó el apellido de su padre, que murió cuando era niña.

A los 7 años empezó a trabajar como criada. Su madre se volvió a emparejar y la familia se trasladó a Junín. No se quedaría allí mucho tiempo y a los 14 años se fugó a Buenos Aires con Agustín Magaldi, un cantante de tangos. No duraron juntos mucho y tuvo que buscarse la vida. Poco agraciada y sin dotes de actriz, posó en sesiones casi pornográficas, fue bailarina de pago en salones, actuó en tugurios y tuvo sucesivos amantes, a la espera de que uno se encaprichara definitivamente con ella. A principios de los 40, un fabricante de jabones la colocó en la radio. Tres años después, un aborto carnicero estuvo a punto de matarla y la dejó sin poder tener hijos.

Dispuesta a cualquier cosa por salir de la miseria, su encuentro con Juan Domingo Perón en un acto benéfico por las víctimas de un terremoto en enero de 1944 le dio la posibilidad de cumplir sus sueños más allá de lo que nunca hubiera imaginado. Se las arregló para acercarse a la mesa donde estaba aquel coronel de 48 años, con un estilo populista al que se le auguraba una brillante carrera política, y desplegó todos sus encantos hasta seducirlo. Pasaron juntos aquella noche y no volvieron a separarse, naciendo una leyenda que les sobreviviría.

La casi analfabeta se convirtió en primera dama

Llevaban un año juntos para escándalo de las mojigatas esposas de los otros oficiales cuando Perón fue depuesto y deportado a la isla de Martín García. Mujer de mucho carácter y con contactos en los medios de comunicación, Eva convocó una macromanifestación en apoyo de su amante. Ocho días después, Perón salió libre. Estaba tan agradecido a Eva, que se casó con ella poco después. No tuvieron luna de miel porque los dos estaban entregados a preparar las elecciones que, en febrero de 1946, convirtieron a Perón en presidente. Así fue como la casi analfabeta, pero visceral e inteligente Eva se convirtió en primera dama y se fueron a vivir a Los Olivos, residencia presidencial. Fascinada con él, Eva se entregó en cuerpo y alma al hombre y al político. Partidario de Mussolini, Perón subió al poder con un programa político populista, pero no democrático. El peronismo introdujo reformas importantes en un país donde las clases trabajadoras eran esclavos: fijó salarios mínimos, cuatro semanas de vacaciones, permisos por enfermedad...

Una fundación con la que repartía ayuda

En la otra cara de la moneda, no había libertad y se encarcelaba a los opositores. En la política de Perón, Evita jugó un papel importantísimo. Decidida a no jugar el papel de primera dama «florero», contribuyó activamente a que la figura de Perón se convirtiera en un mito. Aunque no tenía ningún cargo público, Evita hizo una actividad social paralela al Gobierno y, sobre todo, una campaña de concienciación de las clases obreras y campesinas. Poseía una sabiduría  innata para despertar la pasión y la esperanza entre los más desheredados. Una legión de personas pobrísimas, pero con derecho a voto era donde ella creía que radicaba la fuerza política de Juan Domingo Perón. Controló radios y periódicos, puso a familiares en puestos clave del Estado, tejió su propia red de informadores en los ministerios y, sobre todo, se ganó el favor del pueblo a través de la Fundación de Ayuda Social que llevaba su nombre. La coyuntura económica en Argentina era buena entonces, porque vendía carne y trigo a la Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial. La fundación de Evita recibía ingentes cantidades de dinero, con el que abrió hospitales, orfanatos, escuelas y asilos y atendió las necesidades que la gente le exponía personalmente: igual les compraba una máquina de coser, como regalaba una dentadura postiza o daba zapatos, cazuelas, medicamentos o colchones. Un despliegue de ayuda que Eva Perón repartía vestida con abrigos de visón y cargada de joyas. «Un día, ustedes también tendrán cosas como éstas», les decía a sus «descamisados» y ellos la creían porque la veían como un modelo. A medida que crecía su fama, Evita era cada vez más rubia, un color de pelo mal visto en aquella época. Algo que le tenía sin cuidado a alguien que, con su influencia, ayudó a legalizar el voto femenino, la ley del divorcio y el reconocimiento de los hijos naturales, una causa que le conmovía.

Tras acompañar a Perón en un viaje oficial de dos meses por Europa, en el que adoptó el moño que tanto la ha caracterizado, Evita volvió a su agotadora agenda de trabajo de 18 horas diarias que acabaría por pasarle factura. A finales de 1949, los médicos le detectaron un cáncer de cuello de útero y le sugirieron operarse pero ella se negó. Había entrado en una etapa tan loca, que creía que la enfermedad era una maniobra de sus enemigos para eliminarla. El tumor siguió su curso y durante dos años Evita, que siguió con su ritmo frenético, se fajó el cuerpo para controlar las hemorragias y apenas comía.

Consciente de que era un valor político de enorme calado, Evita le propuso a su marido presentarse como vicepresidenta en las siguientes elecciones, pero Perón, que se había distanciado de ella por celos a la leyenda épica que significaba su mujer, se negó en redondo. El 22 de agosto de 1951, miles de «descamisados» se manifestaron reclamando que su líder fuera vicepresidenta. Ella estaba dispuesta a aceptar el reto, pero 10 días después tuvo que negarse. Primero, porque los militares amenazaban con un golpe de Estado y, segundo, porque los médicos no le daban muchos meses de vida.

El macabro periplo de un cadáver embalsamado

Operada el 6 de noviembre, seis días después le llevaron una urna hasta su habitación para que votara en las elecciones presidenciales. Perón volvió a ganar y Evita, pese a que sufría terribles dolores, no quiso perderse la jura del cargo. Escondió su extrema delgadez bajo un abrigo de pieles y se mantuvo de pie en el coche presidencial gracias a unos anclajes. Aquella sería su última aparición en público. Víctima de una agonía extremadamente dolorosa, las afueras de su casa se llenaron de personas que velaron las últimas horas de Evita, que falleció el 26 de julio de 1952.

Horas después, un médico español, Pedro Ara Sarría, se encargó de embalsamar el cadáver de la primera dama argentina, que fue vestida, peinada y maquillada para ser colocada en el ataúd con tapa de cristal en el que fue exhibido. Por su capilla ardiente, pasaron medio millón de personas y el 9 de agosto se celebró un multitudinario funeral.

Tras la muerte de Evita, Perón fue perdiendo poder hasta que el 20 de septiembre de 1955 los militares lo depusieron por las armas y robaron el cuerpo de Evita para hacerlo desaparecer. Sus restos mortales iniciaron un macabro periplo a la espera de encontrar un lugar secreto donde enterrarlo, mientras que los peronistas intentaban dar con el cadáver. No sería hasta 1976, después de haber pasado años en Milán y Madrid, cuando recibiría definitiva sepultura en el cementerio bonaerense de la Recoleta. Tras su muerte, la figura de Evita ha sido la protagonista de obras de teatro, películas y libros, pero fue sobre todo el musical «Evita», con Madonna, lo que la convirtió en un ídolo mundial.

martes, 1 de junio de 2021

Fernando Fernán Gómez: Actor, director, escritor y académico de la lengua

 


Fernando Fernández Gómez nació el 21 de agosto de 1921 en Lima (Perú), aunque fue inscrito a los siete. días en el registro civil de Buenos Aires (Argentina), nacionalidad que conservó hasta 1984, año en que consiguió la española. Fue hijo natural de la actriz Carola Fernández Gómez (aunque usaba el apellido artístico de Fernán Gómez), que se  encontraba de gira por Latinoamérica con la compañía de María Guerrero cuando dio a luz al que sería su único hijo. Con pocos meses de edad, Fernando embarcó con su abuela, Carola Gómez, rumbo a España y se instalaron en Madrid a la espera de que volviera la madre del pequeño. En los primeros, vivieron en pensiones o compartiendo habitación con otras familias hasta que la situación económica les permitió instalarse en un pequeño piso de alquiler de la calle Álvarez de Castro.

Su abuela. Carola, referente de su infancia

Allí creció Fernando, con su abuela como gran referente. "Para mí, era la ternura, el calor, la compañía", escribió el propio Fernán Gómez en su libro de memorias, "El tiempo amarillo", publicado en 1990. De la mano de su abuela aplaudió la proclamación de la República, cuando él tenía 10 años, mientras que su madre, monárquica, veía con preocupación la llegada del nuevo régimen. Estudiante en los Hermanos Maristas, este polifacético artista tuvo una infancia en la que su madre y su abuela se "esforzaban en que me pareciera natural el hecho de no tener padre y yo me esforzaba en que ellas no se dieran cuenta de que yo no me daba cuenta de que aquello no era normal", escribía. Hizo sus pinitos como actor en el colegio y, a los 16 años, cuando su abuela opinaba que tenía que tener "un oficio limpio" mientras su madre replicaba que "obrero, de ninguna manera", empezó a estudiar declamación en la Escuela de Actores de la CNT. Para entonces era un lector compulsivo, que tenía "Los Miserables", de Víctor Hugo como libro predilecto. Finalizada la guerra, y tras un breve paso por Filosofía y Letras, entró de meritorio en una compañía de teatro. Su primer actuación fue de comparsa en el teatro Pavón y, en su primera función, con una compañía de vodeviles, en el teatro Eslava, el miedo le impidió pronunciar las dos frases de su papel. Pero el dramaturgo Enrique Jardiel Poncela supo apreciar lo que valía y le dio un papel en "Los ladrones somos gente honrada". "La obra había sido un gran éxito; mi actuación mereció muchos comentarios, pero en las críticas que aparecieron al día siguiente del estreno no había ni una mención destacada para mí. (...) Más adelante sí tuve una mención elogiosa en una crítica, porque Jardiel Poncela le pidió al crítico Alfredo Marquerie el favor de que me mencionara", escribía Fernán Gómez en sus memorias. Y es que aquel pelirrojo larguirucho y delgadísimo tenía prisa por encontrarse con su destino: el de ser uno de los actores más importantes que ha habido en España. No era solo una cuestión de vanidad ni de necesidad de reconocimiento, sino que había razones sentimentales: se había enamorado de María Dolores Pradera, entonces una joven actriz que aún no había empezado cu carrera como cantante, y quería casarse.

6000 pesetas por su primer papel en cine

En 1943, estaba actuando en "Los habitantes de la casa deshabitada", de Jardiel Poncela, cuando recibió una oferta de Cifesa: 6000 pesetas por tres meses del rodaje en "Cristina Guzmán", una película de Gonzalo Delgrás. Como en el teatro ganaba 20 pesetas diarias, no dudó en aceptarlo. Aquel mismo año participó en ocho películas más, convirtiéndose en lo que se llamaba galán cómico debido a su rostro excéntrico y a su vozarrón inconfundible. Su recién iniciada carrera cinematográfica, que simultaneó con la radio y el doblaje de películas, le permitió contraer matrimonio con María Dolores el 29 de agosto de 1945. "Quiero tener 11 hijos, por lo menos, para formar un equipo de fútbol", decía entonces. Su prole, sin embargo, quedó reducida a dos hijos: Elena y Fernando. 

Celos artísticos y dos caracteres muy fuertes

En 1947, "Botón de ancla", uno de los grandes éxitos del cine español de posguerra con el Dúo Dinámico como protagonistas, le dio popularidad. El éxito llamaba a su puerta mientras su estabilidad conyugal se rompía. Al parecer, los celos profesionales y la fortísima personalidad de ambos provocaron que, doce años después de la boda, la pareja se separase.

Años antes, su papel de joven calavera en "Balarrasa" había confirmado la popularidad de este artista que, a lo largo de su carrera, participó en casi 200 películas. Actor en el Instituto Italiano de Cultura, donde se montaban obras de dramaturgos comprometidos y se organizaban las primeras proyecciones de películas del neorrealismo italiano, el cine que había entonces Fernán Gómez era más bien "alimenticio". Los productores le llamaban para personajes intrascendentes en películas insulsas, salvo honrosas excepciones como "Esa pareja feliz" (una joya del neorrealismo a la española firmada por Bardem y Berlanga), "La ironía del miedo", o "El soltero". En 1952, Fernán Gómez hizo su debut tras la cámara, codirigiendo con Luis María Delgado su primera película, "Manicomio". Al año siguiente, ya solo realizó la segunda: "El mensaje". También en aquella época se inició como director teatral con "La vida en un bloc", obra que le deparó un gran éxito. Al poco, creó su propia compañía.

En 1957, Fernán Gómez se unió sentimental y profesionalmente a la argentina Analía Gadé. Juntos obtuvieron gran popularidad protagonizando comedias producidas por José Luis Dibildos como "La vida por delante", "La vida alrededor" o "Solo para hombres", con guión y dirección de Fernando. Excelente escritor, la publicación en 1961 de su primera novela "El vendedor de naranjas", cuyo protagonista era un guionista pluriempleado, fue acogida con escaso interés por el público, lo que le llevó a aparcar esa faceta hasta los años 80, cuando resurgió con fuerza el novelista que llevaba dentro con títulos tan apreciados, entre otros, como "El viaje a ninguna parte", "El mal amor", "El ascensor de los borrachos" u "Oro y hambre", una relectura de la novela picaresca medieval. También probó suerte con la poesía y ejerció como articulista de prensa.

"El extraño viaje", su obra maestra

En 1963, firmó la carta de protesta contra las torturas a los mineros de Asturias y, a partir de entonces, quedó marcado como "rojo" con las inevitables secuelas negativas laborales. Pero, más que comunista, era un espíritu libre, bohemio y libertario. Al año siguiente, dirigió "El extraño viaje", una extraordinaria comedia negra ambientada en la sociedad rural franquista, que muchos consideran la mejor de las 25 películas de su filmografía como director. En 1968, su popularidad se afianzó con su interpretación en televisión de "El pícaro".

Fue precisamente a finales de los años 60 cuando conoció a la actriz catalana Emma Cohen, de 22 años, que ha sido la mujer de su vida y de la que ha dicho en ocasiones que le rescató del "desastre sentimental" en el que se encontraba. Así debió ser, porque el inicio de su convivencia con Cohen, en 1970, coincidió con la etapa más fructífera de su trayectoria profesional.

Numerosos premios

Requerido por excelentes directores de la época como Jaime de Armiñán, Carlos Saura, Víctor Erice, Josefina Molina, Manuel Gutiérrez Aragón, Gonzalo Suárez, Pedro Olea o Fernando Trueba, Fernán Gómez dejó su impronta de genial intérprete en películas como "Ana y los lobos", "El amor del capitán Brando", "El espíritu de la colmena", "Pim, pam, pum, fuego" o "Mamá cumple cien años", entre otras muchas. "El anacoreta", de Juan Estelrich, le permitió ganar en 1976 el Oso de Plata al mejor actor en la Berlinale. Un premio al que siguieron muchos más: siete Goyas, tres "osos" berlineses, Premio Nacional de Cinematografía, Premio Nacional de Teatro. Premio Donostia, Premio Príncipe de Asturias de las Artes y la "parte" que le corresponde del Oscar que ganó Fernando Trueba por la coral "Belle époque". En 1978, ganó el Premio Lope de Vega por "Las bicicletas son para el verano", una obra escrita y dirigida por él que fue todo un fenómeno teatral. Un mundo del que decidió retirarse en 1985, decisión que mantendría salvo contadas excepciones, como en el año 2004 cuando estrenó "Morir cuerdo y vivir loco", una aproximación melancólica al Quijote, personaje por el que sentía debilidad. Hombre de verbo rotundo, no tenía ningún empacho en proclamar que le molestaba la presencia del público en los teatros. "No me gusta que la gente me mire mientras trabajo", decía. También aseguraba que no escogía las películas en las que intervenía. Solo ponía algunas condiciones para aceptarlas: tener fechas libres, que le pagaran su sueldo, que no hubiera escenas de riesgo físico y que no tuviera que montar a caballo, cantar ni tocar un instrumento. Y nada de improvisaciones. "Y, si no, que me paguen como guionista", afirmaba. En los 80 se asomó a la tele con "Los ladrones van a la oficina", y "Mambrú se fue a la guerra", "La lengua de las mariposas" o "El abuelo" fueron algunas de las películas de los 90. De timidez casi enfermiza, le divertía cultivar la que él llamaba su "natural antipatía". Famoso se hizo el estentóreo "¡Váyase usted a la mierda!" que le soltó a un admirador pesado que intentaba conseguir un autógrafo. Pero, pese a la fama de cascarrabias malhumorado y al celo huraño con que preservaba su vida privada, sus amigos lo retratan como un excelente conversador, un pensador original y una persona tan cálida y educada que parecía salido de otro siglo. Él se definía como un hombre de pocas palabras y amante de la lectura. "Más que culto, hice un buen bachillerato", decía con sorna este hombre que copiaba a Einstein para exclamar: "No soy feliz, ni falta que hace". Polifacético en lo artístico, reconocía no saber conducir, ni nadar, ni montar en bici. Le apasionaba el whisky, el flamenco y el tango y odiaba hablar por teléfono.

Boda de un académico

En el 2000, se casó con Emma Cohen al poco de pronunciar su discurso de entrada en la Real Academia de la Lengua, donde ocupaba el sillón B. Ese mismo año. mientras rodaba "Lázaro de Tormes", le ingresaron por un cáncer. Restablecido de su enfermedad, siguió trabajando. "Mia Sarah", de Gustavo Ron, ha sido la última aparición en la pantalla grande de este actor genial e irrepetible. Galardonado con un premio otorgado por sus compañeros de profesión -para los que ha sido un maestro-, el actor fue ingresado a finales de octubre de 2007 en el hospital de La Paz, de Madrid. El 19 de noviembre fue ingresado en el área de oncología para ser tratado de una neumonía. Falleció el miércoles 21 de noviembre a los 86 años de edad, acompañado por su mujer y sus dos hijos.