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jueves, 15 de julio de 2021

Geraldine Chaplin: Digna heredera de su padre

 


Geraldine Leigh Chaplin nació el 31 de julio de 1944 en Santa Mónica, California. Fue la primera de los ocho hijos que Charles Chaplin, «Charlot» tuvo con Oona O'Neill, la hija del dramaturgo y premio Nobel Eugene O'Neill, que tenía 17 años cuando se casó con el actor, de 57. La privilegiada infancia de Geraldine transcurrió en una gran mansión cerca del océano, a escasos kilómetros de Hollywood, donde su padre aún frecuentaba a la flor y nata de la meca del cine.

Educada en los mejores colegios suizos

Sin embargo, a los 8 años, cuando Charlot fue declarado persona non grata en Estados Unidos por sus ideas comunistas, toda la familia emigró a Suiza, un país que los acogió con los brazos abiertos. Allí, Geraldine recibió una educación exquisita, con profesores privados y en escuelas elitistas donde aprendió a hablar con fluidez el francés y el español. Su nuevo hogar, un espectacular caserón en Corsier-sur-Vevey, tenía un gran jardín donde los más pequeños jugaban y hacían perrerías al servicio. Geraldine era una niña alegre, rebelde, bromista, dicharachera y el ojito derecho de Chaplin: «Era la favorita, pero también la que abrió el camino a todas esas nulidades de hermanos. Mis padres eran tan fantásticos que nos hacían sentir a todos como el favorito, pero eso lo descubrimos después, hablándolo entre nosotros», suele recordar. En 1952, debutó en el cine en un filme de su padre, «Candilejas», y empezó a tomar clases en la Royal Ballet School de Londres.

Su sueño de ser bailarina se frustró porque su cuerpo no dio para más y tuvo que abandonar, pero encontró consuelo en la actuación, a pesar de las reticencias de Charlot. Tras hacer teatro y circo en París, su primer papel importante fue al lado de Omar Shariff en «Doctor Zhivago» (1965), que se rodó principalmente en España, y al año siguiente, intervino en la última película de su padre, «La condesa de Hong Kong», al lado de Sofía Loren y Marlon Brando.

En esa época, conoció al prestigioso director español Carlos Saura, quien, además de intentar convertirla en la nueva musa del cine español con películas tan relevantes como «Peppermint Frappé» (1967), «Cría cuervos» (1975) o «Elisa, vida mía» (1976), se convirtió en su pareja sentimental hasta 1979. Su llegada a España causó sorpresa y se la recibió con ciertas reservas, pues a la gente le llamaba la atención su aspecto frágil, su sonrisa fácil y su fuerte acento. La apodaron «la Gerarda», lo que le hacía mucha gracia y muchos creían que era hija de los hermanos Marx o del Gordo y el Flaco. Geraldine quedó encantada con nuestro país y, desde entonces, vive entre Madrid, Miami y Suiza.

Una tormentosa relación con Carlos Saura

En 1974, fruto de su relación con Saura, con quien nunca se llegó a casar, nació su primer hijo, Shane, que es toda una eminencia en el ámbito de la Psicología, pero su relación de pareja empezaba a hacer aguas: «Durante años, mi cabeza parecía un bosque de cuernos. Carlos tuvo varias aventuras, fueron momentos difíciles, pero desde la distancia todo se ve de otra manera. Y no le guardo rencor. Hace más de 20 años que no le veo, hicimos un trabajo estupendo juntos y tuvimos una relación muy íntima. No soy tan moderna como para verle y tomar el té. ¿Qué le podría decir? ¿Hola?» 

De repente, mientras nuestro cine la olvidaba, Geraldine viajaba por Europa y Estados Unidos para rodar con Martin Scorsese, Alain Resnais o Alan Rudolph. «Creo que, en España, dejaron de llamarme porque, tras mi separación de Carlos, me veían demasiado identificada con sus películas», confesó hace poco. Tras «Mamá cumple 100 años» (1979), no volvió a trabajar en nuestro país hasta 18 años después en «Finisterre» (1977).

El fallecimiento de su padre en 1977 le provocó un gran vacío. A modo anecdótico, suele recordar que «a Charlot nunca le gustó la Navidad ni disfrutar de ella y creo que murió justamente ese día para recordarnos a todos la fecha de su muerte». En los ochenta, Geraldine Chaplin estuvo a punto de comprarse una masía en Barcelona, «porque pasaba mucho tiempo en coche para ir a Suiza desde Madrid, pero vi los precios y no la compré». Parece extraño que, con su estatus, no pudiera hacerlo, pero también sorprende que, durante una de sus visitas a Barcelona, para ver a su hermana en el circo, se alojaran en una pensión de las Ramblas convertida en un prostíbulo. Poco después de dejar a Saura, se enamoró del realizador chileno Patricio Castilla, al que llama cariñosamente «el sudaca». Con Patricio, que es su marido desde hace 11 años, tuvo a su hija , Oona, de 31, que también es actriz y junto a la que comparte pantalla en el filme «Imago Mortis». «¡Es tan guapa! -dice Geraldine llena de orgullo-. Alta, morena y corpulenta. Parece más hija de Sofía Loren que mía».

Orgullosa de sus arrugas

Con espíritu de madraza suele contar que «tengo dos hijos biológicos. Luego, hay otros dos de Saura a los que crié como si fueran míos, porque, tras la separación, se vinieron a vivir conmigo. Y Patricio tiene otros dos a los que también quiero con locura. Así que ahora tengo seis hijos y cinco nietos con los que paso los mejores momentos de mi vida». Generosa, divertida, atrevida en su forma de vestir y muy con los pies en el suelo, Geraldine saborea una dorada madurez con mucho trabajo. «Estoy encantada con mi edad. Aquí, ser la única actriz con arrugas me aporta muchos papeles y fuera ocurre más o menos lo mismo. Hace unos años estuve en un "casting" en el que se requerían arrugas y sólo se presentaron tres actrices. Una de ellas era Jacqueline Bisset». Con gran sentido del humor relata  que «los hijos de mis vecinos me ven tan vieja y arrugada que cuando ven las películas de Chaplin le preguntan a sus padres si están seguros de que soy la hija de Charlot y no la madre».

Tras la muerte de su madre, Oona, en 1991, dejó de hablarse con sus hermanos, pues estaba cansada de pelearse por los derechos de imagen de su padre y se rindió. «Hemos tenido mucho amor y mucho odio. Ahora, todos me son absolutamente indiferentes, excepto una hermana. De pequeños había mucha alegría, nunca nos aburríamos, pero todo aquello se acabó y ahora pienso que hubiera sido mucho mejor ser hija única. A ellos les horroriza ver la imagen de mi padre en unos calzoncillos y a mí me hace sentir muy feliz. Son más papistas que el Papa y siempre se negaron a que pasaran sus películas por televisión. Querían que se vieran en el altar de una catedral y todos de rodillas. Me parece vergonzoso que la familia tenga los derechos. Deberían ser patrimonio universal». Muchas cosas buenas y malas se han escrito sobre Charlot, pero ella le recuerda con nostalgia: «Era un genio, mi héroe. Sé que no siempre era la persona más simpática del mundo, pero era admirable la disciplina que tenía en el trabajo. Su relación con los niños tampoco era fácil. Él necesitaba siempre público, en casa y en la calle. Una vez nos mostró "La quimera del oro" y mi hermano lloraba en ciertas escenas. Mi padre exclamó:¡Qué le pasa a este niño! ¡Que se lo lleven! Si tocaba reírse, había que reírse».

Premiada con un Goya

En los últimos años, Geraldine Chaplin se ha convertido en una de las actrices más solicitadas del panorama cinematográfico, sobre todo, europeo. Almodóvar la contrató para «Hable con ella» (2002), Juan Antonio Bayona para «El orfanato» (2007) y volvió a contar con ella para su película «Lo imposible» (2012). El cine español se ha reconciliado, por fin, con esta intérprete versátil que, entre otros galardones, atesora un premio Goya a la mejor actriz de reparto por «En la ciudad sin límites» (2002) o la Medalla de oro de la Academia del Cine en 2006.