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domingo, 11 de abril de 2021

Irena Sendler: El ángel del gueto de Varsovia

 


Irena Sendler nació el 15 de febrero de 1910 en Otworck, localidad al sur de Varsovia (Polonia), capital en la que su familia se instaló cuando ella tenía siete años. Hija única, a esa edad vio morir de tifus a su padre, un médico rural que se había contagiado de la enfermedad por atender a los enfermos pobres, los más afectados por la epidemia de fiebre tifoidea. "Aunque no sepas nadar, si ves a alguien que se ahoga, lánzate al agua a salvarlo", le había dicho su padre poco antes de morir. Educada en la religión católica, a Irena se le quedaron grabadas aquellas palabras, que guiarían su vida.

Estudió enfermería para ayudar a los demás

Llevada por el afán de ayudar a los demás, estudió enfermería. Se casó y fue madre de dos hijos, Adam (ya fallecido) y Janka. Cuando Alemania invadió Polonia en 1939, Irena trabajaba en el Departamento de Bienestar Social de Varsovia, encargado de gestionar los comedores comunitarios de la ciudad. Allí trabajó incansablemente para aliviar el sufrimiento de miles de personas, tanto judías como católicas. Una de las normas de su padre era no tener en cuenta la religión de la gente a la que ayudaba.

Horrorizada por la miseria del gueto judío

Cuando, en 1940, los nazis crearon el gueto de Varsovia, Irena se quedó horrorizada por las condiciones infrahumanas en que vivían -confinados en apenas 16 manzanas- los 450.000 judíos de la capital polaca. Se dijo a sí misma que tenía que hacer algo y se unió al Consejo para la Ayuda de Judíos (Zegota), organización clandestina donde tenía el nombre clave de Yolanta. "Conseguí para mí y para mi compañera, Irena Schultz, identificaciones de la oficina sanitaria, una de cuyas tareas la lucha contra las enfermedades contagiosas. Más tarde, logré pases para otras colaboradoras. Como los alemanes invasores tenían miedo de que se desatara una epidemia, toleraban que los polacos controláramos el recinto".

Cuando Irena caminaba por las calles del gueto, llevaba un brazalete con la Estrella de David, emblema que los nazis obligaban a llevar a los judíos. Ella lo hacía por solidaridad y para no llamar la atención sobre sí misma. Consciente del peligro que se avecinaba, empezó por sacar de allí a los niños que quedaban huérfanos, para después empezar a contactar con familias a las que les ofrecía llevarse a sus hijos fuera del gueto para dejarlos a cargo de familias o instituciones católicas que cuidaran de ellos. Como no les podía dar garantías de éxito, muchas madres se negaban a entregar a sus hijos. Irena las entendía perfectamente, pero sabía que aquello sería fatal para los niños. No se equivocaba. Muchas veces, cuando ella o sus colaboradoras visitaban de nuevo a las familias para intentar que cambiaran de opinión se encontraban con que todos habían sido llevados a campos de concentración.

Cestos de basura, sacos de patatas y ataúdes

La labor que llevó a cabo Irena Sendler fue muy peligrosa pero, a lo largo de año y medio, la enfermera consiguió sacar del gueto a más de 2.500 niños. Consciente del peligro que corrían, los sacaba por las vías más insospechadas: bajo las camillas de la ambulancia con la que entraba en el gueto, metidos en sacos, en cestos de basura, en cajas de herramientas, cargamentos de mercancías, sacos de patatas... e incluso en ataúdes. Los más pequeños tenían que ser sedados para evitar llamar la atención de los soldados del III Reich; los más mayores salían por las alcantarillas, por agujeros en los muros o aprovechando una iglesia que quedaba mitad en el gueto y mitad en la zona aria. A los niños se les daba una nueva identidad y los enviaban a monasterios, conventos o familias católicas. El plan era que, luego, se volverían a reunir con su padres. Para eso, Sendler llevó un pormenorizado control del paradero de todos los niños. Ese listado lo metía en un tarro de cristal, que enterraba bajo el manzano de un patio vecino.

Arrestada y torturada por la Gestapo

Arrestada por la Gestapo el 20 de octubre de 1943, Irena fue llevada a la prisión de Pawiak donde la torturaron brutalmente. Soportó la tortura sin traicionar a sus colaboradores ni revelar el destino de los niños, pero la condenaron a muerte. El día de la ejecución, un soldado alemán se la llevó para un "interrogatorio adicional", pero, en realidad, la ayudó a escapar. Al parecer , miembros de Zegota habían pagado un soborno para liberarla. Al día siguiente, se publicó que había sido ejecutada y ella pudo seguir viviendo con una identidad falsa. Al finalizar la guerra, Irena desenterró el bote con los nombres de los niños y se lo entregó personalmente al doctor Adolfo Berman, el primer presidente del Comité de Salvamento de los judíos supervivientes. Lamentablemente, la mayor parte de las familias de los niños habían muerto en los campos de concentración nazis.

En 1965, la organización judía Yad Vashem de Jerusalén le otorgó el título de "Justa entre las naciones" y nombró a la enfermera Ciudadana Honoraria de Israel. En Polonia, sin embargo, su gesta no fue debidamente reconocida, durante el régimen comunista, al que Irena se oponía con igual ferocidad que se había opuesto al nazismo. Polonia e Israel la propusieron en el 2007 como candidata para el Premio Nobel de la Paz, pero ese año el galardón lo ganó el norteamericano Al Gore por su trabajo divulgativo contra el cambio climático. Pero para esta humilde mujer los honores oficiales eran irrelevantes. "Cada niño salvado con mi ayuda y la de todos los emisarios secretos es la justificación de mi existencia sobre esta tierra y no una reivindicación de gloria", escribió Sendler en una carta al Senado de Polonia, donde, en noviembre de 2003, el presidente de la República, Aleksander Kwasniewski, le otorgó la más alta distinción civil de su país: la orden del Águila Blanca. Irena estuvo acompañada en aquel acto por sus familiares y por Elzbieta Ficowska, una de las niñas salvadas.

La historia de Irena Sendler hubiera quedado relegada al olvido si no hubiera sido porque, en 1999, tres estudiantes de un instituto de una pequeña población cerca de Pittsburgh (Kansas), que habían leído una pequeña reseña sobre lo sucedido, no hubieran empezado a investigar con el objetivo de hacer su trabajo de final de curso sobre los héroes del Holocausto.

Película sobre su vida

Cuando dieron con Irena se encontraron con una anciana que llevaba años encadenada a una silla de ruedas a consecuencia de las secuelas físicas que le habían dejado los salvajes interrogatorios de los nazis, pero que tenía la mente muy clara. "Como se plantan las semillas de comida, se plantan las semillas de bondad. Traten de hacer un círculo de bondades y éstas les rodearán y les harán crecer más y más", aseguraba esta anciana cuya biografía -"La madre de los niños del holocausto", de Anna Mieszkwoska- no está traducida al castellano. "Sólo hice lo que tenía que hacer. Tendría que haber salvado a muchos más", se lamentaba siempre Irena que, aquejada de una afección pulmonar, falleció el 12 de mayo de 2008 en Varsovia, a los 98 años de edad.

La vida de esta heroína fue llevada a la pequeña pantalla por la CBS en "The Courageous Heart of Irena Sendler", donde fue interpretada por la ganadora de un Oscar Anna Paquin. Por su trabajo en esta miniserie, la protagonista fue nominada al Globo de Oro como mejor actriz de miniserie o telefilme 2009.

lunes, 5 de abril de 2021

Helena Rubinstein: Creadora de la cosmética moderna


Chaya Helena Rubinstein nació el 25 de diciembre de 1872 en Cracovia (Polonia), en el seno de una familia judía. Fue la mayor de las ocho hijas de Hertzel Naftali, comerciante de huevos, y Augusta Gitte, ama de casa que después daría a luz a Pauline, Rosa, Regina, Stella, Ceska, Manka y Erna. Obligada por su padre a estudiar Medicina, a finales del siglo XIX Helena emigró a Australia para huir del matrimonio concertado que le habían preparado sus padres tras dejar los estudios. Tras un larguísimo y penoso viaje en barco, llegó a casa de una prima suya en Coleraine, un remoto pueblo australiano donde trabajó de sol a sol en la tienda de ultramarinos de su pariente. Pero lo realmente importante de su llegada al lejano continente fueron los 12 tarros de crema que su madre le había metido en el equipaje para que cuidara su delicada piel del tórrido clima austral. Era un ungüento de almendras, hierbas y extracto de la corteza de abeto de los Cárpatos que, según explicaba ella misma, elaboraba un químico húngaro para la actriz polaca Helena Modjeska, amiga de su madre. Trabajadora incansable y ahorradora hasta casi lo patológico, Helena reunió dinero suficiente para irse a Melbourne, donde trabajó como niñera de los hijos de un diplomático. Su piel tersa y suave llamó la atención de las mujeres de la alta sociedad que pasaban por aquella casa, a las que la aridez del clima provocaba un prematuro envejecimiento. Enérgica, entusiasta y segura de sí misma, Helena aprovechaba para hacer publicidad de su crema, que empezó a vender como rosquillas. Decía que se la enviaban de Europa, pero lo cierto era que ella misma la preparaba en la cocina de su casa con productos locales. Con todo, la crema se hizo tan popular que, al poco, abrió en Melbourne el que sería el primer centro estético del mundo, al que llamó Crème Valaze en honor al nombre de su cosmético. Allí, la joven Rubinstein asesoraba a las mujeres australianas -a principio de siglo no tenían derecho a voto y vivían en una sociedad en la que sólo se maquillaban las actrices y las prostitutas- sobre cómo cuidar su piel. "Todas tienen derecho a estar guapas y a maquillarse", solía decir esta mujer de apenas 1,47 metros, que se convirtió en abanderada de la lucha por la igualdad.

En apenas dos años, el negocio iba viento en popa y, en 1905, viajó a Europa para estudiar los tratamientos de la piel, siendo la primera que determinó los tres tipos de pieles femeninas -normal, seca y grasa- y el tratamiento adecuado para cada uno. Fue, también, pionera en desarrollar productos de protección solar. "Las quemaduras de sol son el suicidio de la belleza", aseguraba. Asimismo, sacó al mercado el tónico facial, la crema de noche y las mascarillas contra el acné.

Casada en Londres con un periodista de Estados Unidos

En 1908, su hermana Ceska se unió a ella para ayudarla en el negocio y Helena viajó a Londres para abrir un salón de belleza en la capital británica, primer paso para crear una compañía, y se casó con el periodista norteamericano Edward William Titus, con el que tuvo dos hijos: Roy Valentine (1909) y Horace (1912). Tras el nacimiento del segundo, la familia se trasladó a París donde abrió un nuevo salón. Pero, tras estallar la Primera Guerra Mundialen 1914, Helena y su familia se marcharon a Nueva York. Este dato sería pieza clave de su éxito mundial y de una rivalidad que mantendría toda su vida con otra empresaria del sector: la canadiense Elizabeth Arden. En 1915, madame Rubinstein, como se la llamaba, abrió la Maison de Beauté Valaze en Nueva York y, al poco tiempo, asistió a la apertura de nuevos institutos de belleza en San Francisco, Filadelfia, Boston, Los Ángeles, Washington y Toronto (Canadá). A principios de los años 20 viajó al incipiente Hollywood para enseñar a estrellas de la época como Theda Bara y Pola Negri a usar el maquillaje que potenciaba su imagen "vamp". A medida que sus salones se extendían por medio mundo, crecía la guerra con Arden. Las dos rivales se espiaban y se robaban mutuamente fórmulas para productos y técnicas publicitarias. El odio que se profesaban era tal que en una ocasión, cuando le explicaron a Rubinstein que Arden había estado a punto de perder un dedo al darle de comer a uno de sus caballos, comentó con maldad: "¿Y qué le pasó al animal?"

Helena superó con éxito el crack bursátil del 29, pero descuidó a sus hijos e ignoró las infidelidades de su marido hasta que, harta ya, se divorció en 1938. A los pocos meses, conoció en una fiesta al príncipe ruso Artchil Gourielli-Tchkonia, 23 años más joven que ella. Se casaron y aquel segundo matrimonio le permitió frecuentar las fiestas de la alta sociedad, donde trabó amistad con los artista más relevantes de la época.

El dinero la obsesionaba

Negociadora nata, consiguió los mejores contratos con la industria, pero estaba tan obsesionada con el dinero que, incluso en los mejores momentos, cuando ya era multimillonaria, recorría sus salones apagando las luces, al tiempo que murmuraba: "¡Es tan cara la electricidad!" . Su tesón e investigaciones dieron lugar a productos como la máscara de pestañas con cepillo interior, el maquillaje a prueba de agua y la cosmética para hombres. Además, inculcó en sus clientas que, para estar guapas, tenían que hacer ejercicio, dejar de fumar y seguir una dieta adecuada. "¡No hay mujeres guapas, sólo hay mujeres perezosas!", decía en una de sus frases más célebres.

En los años 30, convertida en una de las mujeres más ricas de América, invertía su fortuna en obras de arte, joyas -algunas provenientes del tesoro de Catalina la grande- y mansiones en Europa y Estados Unidos (llegó a tener hasta cinco), aunque su residencia favorita era su espléndido ático en Nueva York, donde daba reuniones a las que asistía la flor y nata de la clase alta neoyorquina. En 1953, creó la Fundación Helena Rubinstein para causas médicas y altruistas porque "mi fortuna proviene de las mujeres y debería beneficiar a ellas y a sus hijos para mejorar su calidad de vida". También ayudó a los judíos del Estado de Israel después de la II Guerra Mundial. Mujer emprendedora, vitalista e ingeniosa, siempre se arrepintió de no haber dedicado más tiempo a sus seres queridos, de ahí que declarara en alguna ocasión que "he dado a mis hijos toda la comodidad y dinero que un ser humano puede recibir pero, ¿les he dado suficiente de mí misma? Creo que no".

Al frente de su imperio hasta el día de su muerte

En 1955, se quedó viuda y, tres años más tarde, su hijo Horace falleció en un accidente de coche. Estos dos acontecimientos la hundieron psicológicamente, pero no impidieron que siguiera llevando las cuentas de su vasto imperio internacional -14 fábricas y más de 40.000 empleados- hasta su fallecimiento, el 1 de abril de 1965, a los 94 años. Helena designó como heredera a su sobrina Mala, que al poco vendió la empresa a Colgate-Palmolive y esta firma, posteriormente, la revendió a la multinacional L'Oréal, propiedad de la francesa Liliane Bettencourt, considerada la mujer más rica del mundo.