viernes, 23 de julio de 2021

Eva Perón: La mujer que fue venerada en Argentina

 


María Eva Duarte nació el 7 de junio de 1919 en Los Toldos, una aldea remota de la Pampa argentina. Fue la hija bastarda de Juan Duarte, un ganadero casado y padre de familia que, años antes, se había amancebado con Juana Ibarguren, una cocinera con la que tuvo cinco hijos. A diferencia de sus hermanos, Eva no fue reconocida, pero siempre usó el apellido de su padre, que murió cuando era niña.

A los 7 años empezó a trabajar como criada. Su madre se volvió a emparejar y la familia se trasladó a Junín. No se quedaría allí mucho tiempo y a los 14 años se fugó a Buenos Aires con Agustín Magaldi, un cantante de tangos. No duraron juntos mucho y tuvo que buscarse la vida. Poco agraciada y sin dotes de actriz, posó en sesiones casi pornográficas, fue bailarina de pago en salones, actuó en tugurios y tuvo sucesivos amantes, a la espera de que uno se encaprichara definitivamente con ella. A principios de los 40, un fabricante de jabones la colocó en la radio. Tres años después, un aborto carnicero estuvo a punto de matarla y la dejó sin poder tener hijos.

Dispuesta a cualquier cosa por salir de la miseria, su encuentro con Juan Domingo Perón en un acto benéfico por las víctimas de un terremoto en enero de 1944 le dio la posibilidad de cumplir sus sueños más allá de lo que nunca hubiera imaginado. Se las arregló para acercarse a la mesa donde estaba aquel coronel de 48 años, con un estilo populista al que se le auguraba una brillante carrera política, y desplegó todos sus encantos hasta seducirlo. Pasaron juntos aquella noche y no volvieron a separarse, naciendo una leyenda que les sobreviviría.

La casi analfabeta se convirtió en primera dama

Llevaban un año juntos para escándalo de las mojigatas esposas de los otros oficiales cuando Perón fue depuesto y deportado a la isla de Martín García. Mujer de mucho carácter y con contactos en los medios de comunicación, Eva convocó una macromanifestación en apoyo de su amante. Ocho días después, Perón salió libre. Estaba tan agradecido a Eva, que se casó con ella poco después. No tuvieron luna de miel porque los dos estaban entregados a preparar las elecciones que, en febrero de 1946, convirtieron a Perón en presidente. Así fue como la casi analfabeta, pero visceral e inteligente Eva se convirtió en primera dama y se fueron a vivir a Los Olivos, residencia presidencial. Fascinada con él, Eva se entregó en cuerpo y alma al hombre y al político. Partidario de Mussolini, Perón subió al poder con un programa político populista, pero no democrático. El peronismo introdujo reformas importantes en un país donde las clases trabajadoras eran esclavos: fijó salarios mínimos, cuatro semanas de vacaciones, permisos por enfermedad...

Una fundación con la que repartía ayuda

En la otra cara de la moneda, no había libertad y se encarcelaba a los opositores. En la política de Perón, Evita jugó un papel importantísimo. Decidida a no jugar el papel de primera dama «florero», contribuyó activamente a que la figura de Perón se convirtiera en un mito. Aunque no tenía ningún cargo público, Evita hizo una actividad social paralela al Gobierno y, sobre todo, una campaña de concienciación de las clases obreras y campesinas. Poseía una sabiduría  innata para despertar la pasión y la esperanza entre los más desheredados. Una legión de personas pobrísimas, pero con derecho a voto era donde ella creía que radicaba la fuerza política de Juan Domingo Perón. Controló radios y periódicos, puso a familiares en puestos clave del Estado, tejió su propia red de informadores en los ministerios y, sobre todo, se ganó el favor del pueblo a través de la Fundación de Ayuda Social que llevaba su nombre. La coyuntura económica en Argentina era buena entonces, porque vendía carne y trigo a la Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial. La fundación de Evita recibía ingentes cantidades de dinero, con el que abrió hospitales, orfanatos, escuelas y asilos y atendió las necesidades que la gente le exponía personalmente: igual les compraba una máquina de coser, como regalaba una dentadura postiza o daba zapatos, cazuelas, medicamentos o colchones. Un despliegue de ayuda que Eva Perón repartía vestida con abrigos de visón y cargada de joyas. «Un día, ustedes también tendrán cosas como éstas», les decía a sus «descamisados» y ellos la creían porque la veían como un modelo. A medida que crecía su fama, Evita era cada vez más rubia, un color de pelo mal visto en aquella época. Algo que le tenía sin cuidado a alguien que, con su influencia, ayudó a legalizar el voto femenino, la ley del divorcio y el reconocimiento de los hijos naturales, una causa que le conmovía.

Tras acompañar a Perón en un viaje oficial de dos meses por Europa, en el que adoptó el moño que tanto la ha caracterizado, Evita volvió a su agotadora agenda de trabajo de 18 horas diarias que acabaría por pasarle factura. A finales de 1949, los médicos le detectaron un cáncer de cuello de útero y le sugirieron operarse pero ella se negó. Había entrado en una etapa tan loca, que creía que la enfermedad era una maniobra de sus enemigos para eliminarla. El tumor siguió su curso y durante dos años Evita, que siguió con su ritmo frenético, se fajó el cuerpo para controlar las hemorragias y apenas comía.

Consciente de que era un valor político de enorme calado, Evita le propuso a su marido presentarse como vicepresidenta en las siguientes elecciones, pero Perón, que se había distanciado de ella por celos a la leyenda épica que significaba su mujer, se negó en redondo. El 22 de agosto de 1951, miles de «descamisados» se manifestaron reclamando que su líder fuera vicepresidenta. Ella estaba dispuesta a aceptar el reto, pero 10 días después tuvo que negarse. Primero, porque los militares amenazaban con un golpe de Estado y, segundo, porque los médicos no le daban muchos meses de vida.

El macabro periplo de un cadáver embalsamado

Operada el 6 de noviembre, seis días después le llevaron una urna hasta su habitación para que votara en las elecciones presidenciales. Perón volvió a ganar y Evita, pese a que sufría terribles dolores, no quiso perderse la jura del cargo. Escondió su extrema delgadez bajo un abrigo de pieles y se mantuvo de pie en el coche presidencial gracias a unos anclajes. Aquella sería su última aparición en público. Víctima de una agonía extremadamente dolorosa, las afueras de su casa se llenaron de personas que velaron las últimas horas de Evita, que falleció el 26 de julio de 1952.

Horas después, un médico español, Pedro Ara Sarría, se encargó de embalsamar el cadáver de la primera dama argentina, que fue vestida, peinada y maquillada para ser colocada en el ataúd con tapa de cristal en el que fue exhibido. Por su capilla ardiente, pasaron medio millón de personas y el 9 de agosto se celebró un multitudinario funeral.

Tras la muerte de Evita, Perón fue perdiendo poder hasta que el 20 de septiembre de 1955 los militares lo depusieron por las armas y robaron el cuerpo de Evita para hacerlo desaparecer. Sus restos mortales iniciaron un macabro periplo a la espera de encontrar un lugar secreto donde enterrarlo, mientras que los peronistas intentaban dar con el cadáver. No sería hasta 1976, después de haber pasado años en Milán y Madrid, cuando recibiría definitiva sepultura en el cementerio bonaerense de la Recoleta. Tras su muerte, la figura de Evita ha sido la protagonista de obras de teatro, películas y libros, pero fue sobre todo el musical «Evita», con Madonna, lo que la convirtió en un ídolo mundial.

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